Por Camila Castro
En la moda, la palabra «sostenibilidad» se ha convertido en un mantra, una etiqueta obligatoria que toda marca parece querer llevar. Sin embargo, el concepto se ha diluido en estrategias de marketing, cápsulas de materiales reciclados y promesas vagas sobre carbono neutro. La realidad es que la sostenibilidad no puede reducirse únicamente a lo ambiental. Hoy, para que una marca sea realmente sostenible, debe serlo también en términos económicos y sociales. La pregunta es: ¿cuántas marcas lo están logrando?
Las empresas han aprendido a capitalizar el deseo del consumidor por productos más responsables. Llamar «consciente» a una colección porque usa algodón orgánico es fácil. Pero, ¿qué pasa con los trabajadores que la confeccionan? ¿Se les paga un salario digno? ¿Se evita la sobreproducción que finalmente se convierte en basura? Aquí es donde la sostenibilidad se enfrenta a su mayor reto: ser más que una tendencia.
El impacto ambiental de la moda es innegable. La industria es responsable de una cantidad significativa de emisiones de CO2 y consumo de agua. Pero enfocarse solo en la reducción de la huella de carbono es insuficiente si los modelos de negocio siguen perpetuando ciclos de explotación laboral e inseguridad económica. Para que una marca pueda llamarse sostenible, debe garantizar que cada eslabón de su cadena de producción sea justo y viable a largo plazo. Esto implica pagar salarios adecuados, respetar derechos laborales y evitar la lógica del fast fashion que promueve la corta vida útil de nuestras prendas.
En este mundo capitalista, la sostenibilidad significa abandonar la obsesión por el crecimiento desmedido. No se trata de vender más, sino de vender mejor. Esto implica producir bajo demanda, ofrecer piezas atemporales en lugar de microtendencias efímeras y educar al consumidor sobre el valor real de la ropa. Es un cambio de mentalidad que desafía la premisa básica del sistema actual: maximizar ganancias a cualquier costo.
A nivel social, la sostenibilidad debe traducirse en inclusión, transparencia y una redefinición del lujo. ¿Por qué seguimos considerando que una prenda hecha en condiciones justas y con materiales de calidad es un privilegio para unos pocos? El verdadero reto es hacer accesible la moda ética sin que ello signifique afectar a quienes la producen. Aquí es donde entran modelos alternativos como la economía circular, el alquiler de prendas y la segunda mano, que proponen un consumo más inteligente sin comprometer la calidad de vida de los trabajadores.
Es cierto que algunas marcas han dado pasos importantes. Empresas como Stella McCartney han demostrado que es posible innovar con materiales sostenibles sin comprometer la estética. Sin embargo, la mayoría de la industria sigue operando bajo la misma lógica de producción masiva con un velo ecológico para calmar conciencias.
Al final la sostenibilidad real en la moda no es solo cuestión de materiales reciclados o procesos más eficientes. Es una transformación profunda del modelo de negocio, donde el respeto por el medio ambiente no esté desconectado de la justicia social y la viabilidad económica. Mientras las marcas sigan promoviendo el consumo desenfrenado con etiquetas «eco-friendly», sin cuestionar el sistema que lo sostiene, la sostenibilidad seguirá siendo un ideal más que una realidad tangible.