Por Camila Castro
Cuando The Devil Wears Prada llegó a los cines, yo tenía 7 años. No la vi entonces, claro. La vi por primera vez alrededor de los 12, en esa época en la que todavía le pedía permiso a mi mamá para abrir su clóset y no tener que probarme sus tacones a escondidas. Después de esas secuencias de pasarela y estilismo, me paseé por la casa como si fueran las mismas calles de Manhattan. Desde ahí supe que la moda no era solo ropa: era narrativa, poder y lenguaje.
Casi 20 años después, Miranda Priestly regresa. Sí, Meryl Streep, Anne Hathaway y Emily Blunt, el elenco que nos dejó citas para toda una generación, está en Nueva York grabando la secuela. Aunque todavía no hay guión confirmado públicamente, la sinopsis que circula, reportada por Puck y repetida en medio mundo, ya inició el debate: Miranda, al final de su carrera, enfrenta el declive del imperio editorial impreso y necesita desesperadamente la pauta publicitaria de un conglomerado de lujo, liderado por su antigua asistente. ¿Revancha? ¿Redención? ¿Reestructuración del poder? Claro está, todo lo anterior, pero con buen calzado.
Pero, ¿por qué esta película, y su regreso, importan tanto culturalmente en la moda? Porque la original hizo tres cosas fundamentales.
Primero, democratizó el backstage del “alto” fashion media. Antes de 2006, la mayoría del público no tenía ni idea de cómo funcionaba el ciclo editorial de una revista de lujo: las muestras que llegan en racks, las peleas por créditos, el peso de la publicidad sobre las páginas, las jerarquías. Runway (alias Vogue sin decir Vogue) abrió la puerta. Muchos de los que hoy trabajan en moda (prensa, styling, showrooms) hablan de la película como su primer “despertar».
Segundo, nos enseñó el poder de la mediación cultural. El famoso “cerulean sweater monologue” de Miranda explicó, con ironía, cómo una decisión tomada en una pasarela termina convirtiéndose en un sweater de rebaja en un outlet. Ese diálogo vive en TikTok, en hilos de Reddit y en clases de moda. Fue semiótica pop antes de que habláramos de “sistemas de tendencia”.
Tercero, convirtió la toxicidad laboral en conversación cultural. Sí, nos reímos del “That’s all”, pero también vimos burnout, sacrificio, gaslighting suave y la eterna negociación entre ambición y vida personal. Para quienes han pasado por redacciones, agencias o showrooms, duele porque es verdad, al menos un poco.
Ahora, la posible secuela llega cuando todo cambió. Las revistas impresas ya no dictan agenda; la pauta publicitaria migra a plataformas, creadores y partnerships directos con casas de lujo. Las métricas reemplazaron el instinto editorial. El acceso, antes monopolio, es hoy streaming, stories, leaks y cámaras backstage. En otras palabras, el poder ya no vive solo en la oficina de la editora con gafas oscuras; vive donde estén los datos y el dinero.
Por eso la premisa rumorada golpea tan bien: Miranda, la figura basada culturalmente en el aura Wintour, necesita presupuesto de lujo. En esta nueva narrativa, el eje se invierte. La editora pide; la industria responde, si quiere. Es la metáfora perfecta del cambio de era en moda y medios.
Pero, más allá de la trama, la sola reunión del elenco ya es culturalmente significativa. Cada personaje evolucionó con nosotros. Miranda dejó de ser solo villana; hoy la leemos como una mujer operando en un sistema imposible que ella misma ayudó a crear. Andy simboliza al talento que entra sin capital cultural y aprende a traducir moda en lenguaje propio. Emily pasó de asistente feroz a ícono de resiliencia profesional. Nigel sigue siendo el patrono de quienes hemos hecho milagros con deadlines imposibles.
Revisitar la historia ahora permite reescribir lo que entendemos por éxito en moda. Ya no basta “sobrevivir” a un editor tiránico. Hoy hablamos de diversidad, salud mental, sostenibilidad y propósito. ¿Cómo se verá Runway en la era de los dashboards de data, la inteligencia artificial generando storyboards de portadas y los conglomerados decidiendo qué se imprime?
Si la secuela es inteligente, y ojalá lo sea, hará lo mismo que la primera: usar humor, glamour y humillación para colarnos un análisis sofisticado del poder en moda. Y si no… igual veremos looks.
Mientras tanto, algunas de nosotras seguiremos poniéndonos los vestidos prestados, caminando mentalmente por Manhattan y esperando a que la película se digne a darnos mucho más de qué hablar.