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El caso Tod’s y la nueva crisis de confianza en el lujo

Por: Camila Castro

Durante décadas, el sello Made in Italy fue uno de los pilares simbólicos del lujo global. No se trataba solo de una etiqueta, sino de una promesa cultural: la tradición artesanal, los oficios transmitidos de generación en generación, la piel perfecta trabajada a mano, la precisión del acabado y ese orgullo casi íntimo de saber que un objeto había nacido en un país donde la manufactura es patrimonio. Pero hoy, Italia enfrenta una crisis que va más allá del escándalo aislado. La investigación sobre Tod’s y su cadena de producción ha abierto una conversación que muchos en la industria preferían evitar. ¿Qué significa realmente hacer algo en Italia cuando el lujo contemporáneo se apoya en cadenas globales que dispersan procesos, reducen costos y, en ocasiones, diluyen la esencia misma del producto?

El caso Tod’s, ampliamente cubierto por los medios italianos y europeos, llegó en un momento especialmente delicado. Las autoridades investigan la manera en que algunas partes de la producción habrían sido externalizadas a proveedores que no cumplen con los requisitos exigidos para que un artículo pueda llevar la etiqueta Made in Italy. En otras palabras, se cuestiona si todas las fases fundamentales del proceso, desde la manufactura del cuero hasta el ensamblaje final, se llevaron realmente a cabo en territorio italiano. No es un detalle burocrático. En Italia, la etiqueta Made in Italy funciona como una certificación de origen, un sello que garantiza que la mayor parte del valor del producto se generó dentro del país, bajo normas estrictas que defienden la calidad y la trazabilidad.

Esta situación contrasta fuertemente con modelos más estrictos como el francés. Francia ha construido un sistema regulatorio complejo y riguroso para sus industrias del lujo. Para que una prenda o un accesorio lleven la etiqueta Fabriqué en France deben cumplir con pasos específicos, que incluyen controles de origen de materiales, ubicación de procesos, auditorías, certificaciones y documentación precisa. La industria francesa ha entendido que su poder económico y simbólico depende de la integridad del sello que ofrece. No es casualidad que muchas maisons mantengan talleres internos y artesanos contratados directamente, aun cuando externalicen solo ciertas tareas. El prestigio francés descansa en una cadena de valor transparente y vigilada.

Italia, en cambio, tiene una regulación seria pero históricamente más flexible, lo que ha permitido que algunas marcas jueguen con los límites. Y cuando una etiqueta como Made in Italy se convierte en un activo comercial tan valioso, la tentación de abaratar costos sin renunciar al aura del prestigio se vuelve peligrosa. No se trata exclusivamente de Tod’s, aunque la marca se encuentre ahora en el foco. Se trata de un patrón más amplio en el que muchas casas globales han fragmentado sus cadenas de producción sin comunicarlo del todo, mientras el consumidor sigue creyendo en una idea romántica y casi mitológica del artesano italiano cosiendo en un pequeño taller familiar.

Aquí es donde la conversación adquiere un tono más profundo. El lujo se ha construido históricamente sobre una ecuación clara. No solo pagas por un objeto, pagas por cómo, dónde y por quién fue hecho. Pero en la última década, mientras la demanda crecía, muchas empresas empezaron a operar bajo una lógica industrial que prioriza el volumen sobre el oficio. El resultado es un producto que mantiene el precio, pero no necesariamente la calidad o la autenticidad del proceso.

La investigación sobre Tod’s revela una tensión que el sector venía arrastrando desde hace años. Muchos consumidores ya no se conforman con un logotipo. Quieren saber quién hizo su bolso, dónde se cortó la piel, en qué taller se bordó un detalle, qué manos pasaron por la prenda antes de que llegara a la tienda. Y el problema para algunas marcas es que, en muchos casos, no están dispuestas a revelar completamente esa información porque no encaja con la imagen que venden.

El debate ha reactivado una reflexión esencial dentro del sistema del lujo. ¿Debe la etiqueta Made in Italy ser una garantía de excelencia o solo un indicador de origen? Para muchos, entre ellos artesanos, académicos y compradores exigentes, no puede ser lo segundo sin lo primero. La etiqueta no solo debe certificar dónde se produjo el objeto, sino cómo se produjo. Y si una marca reduce costos externalizando procesos o acudiendo a proveedores que no representan la tradición artesanal italiana, entonces el sello pierde relevancia.

Este momento también es un aviso para toda la industria. La globalización de la producción no es negativa por sí misma. Lo que resulta problemático es la falta de transparencia. El lujo puede adaptarse a modelos híbridos, pero debe hacerlo sin traicionar los valores que lo construyeron. La confianza del consumidor es uno de los activos más difíciles de recuperar una vez que se pierde.

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